Nuestra Señora de Schoenstatt
Se festeja el 18 de octubre. He aquí su historia:
Joao Luiz Pozzobon, miembro del Movimiento Apostólico de Schoenstatt en Brasil, padre de 7 hijos, recibió en 1950 una imagen de ‘La Madre tres veces Admirable de Schoenstatt’ de manos de una Hermana de María quien le pidió que la llevara a las familias para rezar con ellas el Rosario. Don Joao asumió esta tarea y la hizo suya durante 35 años y hasta el día de su muerte.
Caminó más de 140.000 km con esta imagen, llevándola a hogares, hospitales, escuelas y cárceles, incentivando en todas partes la vinculación a la Virgen y el rezo del Rosario.
Esta ‘Campaña’ (como gustaba llamarla Joao Pozzobon) tuvo un inicio modesto, como todas las cosas de Dios; desde 1984 se extendió por América (del Sur, Central y del Norte) así como Europa, Asia y Africa. 85 países en total.
Don Joao vivió en su vida el “Sí” incondicional de María. Una rutina sencilla y humilde, totalmente dedicado a su familia, a Schoenstatt y a la misión mariana; el compromiso social de la ‘Campaña’ fue esencial para él. En fidelidad al Padre Kentenich, de quien se consideraba un pequeño alumno, llevó adelante esta misión aún en tiempos de oposición e incomprensiones.
Gracias a su fidelidad, miles de familias en el mundo entero reciben hoy la Virgen Peregrina, se unen en oración, descubren mejor a Jesús y gozan de las gracias del Santuario de Schoenstatt.
El 27 de junio de 1985 el diácono Joao Luiz Pozzobon fue atropellado por un camión en medio de un espeso manto de niebla, cuando se dirigía al Santuario de Nuestra Señora de Schoenstatt para participar de la Santa Misa, tal como lo hacía diariamente, pocos días después de haber ofrecido una vez más su vida para que la ‘Campaña’ se tornase internacional.
En marzo de 1997, el P. Guillermo Carmona, Director del Movimiento en Argentina, mostró a través del siguiente artículo cómo la ‘Campaña del Rosario’, uno de los frutos destacados del 31 de mayo, es un aporte genuino y original a la Nueva Evangelización. Entretanto, desde la publicación de ese artículo, se han multiplicado la cantidad de peregrinas en Argentina, así como también se han ido desarrollando diversas modalidades, lineamentos, caminos de inserción a la vida parroquial a partir de experiencias concretas.
Un poco de historia
“Sospecharán lo que pretendo: quisiera convertir este lugar en un lugar de peregrinación, en un lugar de gracia para nuestra casa y toda la Provincia alemana y quizás, más allá…”.
Este era el plan audaz que el Padre José Kentenich, director espiritual del Seminario Menor de los Padres Palotinos, proponía a sus jóvenes educandos el 18 de octubre de 1914, en el valle de Schoenstatt, Alemania.
Los invitaba a trabajar a fin de transformar la antigua capillita de San Miguel en un Santuario mariano: “el Santuario que se hallaba desde tiempos inmemoriales más o menos abandonado, desmantelado y vacío, ha sido restaurado por nosotros y por iniciativa nuestra dedicado a la Santísima Virgen”.
Hacía 2 meses que había estallado la gran guerra europea, y luego la 1º Guerra Mundial.
Ya han transcurrido 9 décadas. El Padre Kentenich ha muerto el 15 de setiembre de 1968, pero sus palabras de entonces se han tornado realidad.
El profeta tenía razón, detectó un plan de Dios para con ese lugar. Descubrió una fuente de gracias (en aquel momento apenas un hilo de agua) que hoy se ha convertido en poderosa corriente de gracias, de vida y de ideas, llegando a muchos países y a todos los continentes.
La palabra Schoenstatt es pronunciada en Paraguay y en Australia, en los EEUU, en Sudáfrica, la India… Aquella pequeña capillita dedicada a San Miguel Arcángel es actualmente el Santuario original que se ha multiplicado en Alemania, Europa y el mundo, a través de una red de más de 90 Santuarios filiales.
Fue reconocido oficialmente por la Iglesia como Santuario en 1947.
Mucha gente se pregunta si en Schoenstatt (Alemania) apareció la Virgen, como suele ocurrir en otros lugares santos como Lourdes o Fátima. No, allí no hubo ninguna aparición de la Madre de Dios. Pero ella, ciertamente, se ha manifestado desde ese pequeño lugar; allí ha tomado una iniciativa divina, a través de un instrumento sacerdotal, el Padre Kentenich. “Todos los que acudan acá para orar (decía en la plática del 18 de octubre de 1914), deben experimentar la gloria de María. Allí donde la Virgen María se hace presente, surge la vida y hallamos la paz. Allí donde ella se ha vinculado derrama en abundancia sus tesoros, sus gracias. Siempre en favor de los hombres, sus hijos. Y, como toda buena madre lo hace, preocupándose de manera particular de aquellos que más sufren, de los débiles y los más necesitados. Es justo que una madre, es justo que María, obre así”.
Hay muchos y diversos Santuarios marianos en América Latina y en el mundo. Múltiples, son las gracias que María concede desde cada lugar.
¿Por qué habrá querido manifestarse también en Schoenstatt? Para responder a esta pregunta, nada mejor que recurrir al testimonio de su instrumento principal, el Padre Kentenich, y a la historia vivida a partir de su fundación. Con aguda percepción de los problemas de su época, y con profunda intuición ante el futuro, el Padre detectó que estábamos ante un cambio radical en el mundo. Y, en el centro de la problemática, contemplaba al hombre. Veía un creciente proceso de masificación, detectaba el peligro de su desarraigo de valores, personas y tradiciones. Percibía el creciente fenómeno del ateísmo, ya en desarrollo. Captaba que tiempos nuevos requerían un nuevo tipo de hombre. La Virgen María debía ser su Madre, dar nuevamente a luz a Cristo en el corazón de los hombres. En Schoenstatt y desde Schoenstatt, quería sobre todo manifestarse, como Educadora de ese ‘hombre nuevo’ y de esa ‘nueva comunidad’.
Debemos preguntar también a la historia, a lo ocurrido a partir de aquel 18 de octubre de 1914. Los hechos hablan de un lenguaje elocuente. Miles, millares de personas han encontrado en Schoenstatt un hogar espiritual. Han recibido allí gracias especiales. Desde esa pequeña capillita en el valle ha surgido un fuerte movimiento de renovación espiritual, una gran ola religiosa, que, haciéndose cada vez más grande a medida que avanza, va en busca de ‘nuevas playas’ del futuro. Un movimiento que busca la transformación del hombre en Cristo, a través de una alianza de amor con María. Una corriente de entrega heroica y de santidad (esta era una exigencia del plan original: ‘Aceleración del desarrollo de nuestra propia santificación y, de esta manera, transformación de la Capillita en un lugar de peregrinación’).
Han surgido 6 Institutos Seculares, comunidades de dirigentes católicos, comunidades contemplativas, un vasto movimiento laical, un movimiento popular y de peregrinos.
El documento de Fundación (18/10/1914)
Si quieres comprender algo en profundidad, debes preguntar por sus raíces. Si queremos captar qué es Schoenstatt, debemos indagar el hecho constitutivo a partir del cual se ha desarrollado. Y esto nos lleva a un lugar, Schoenstatt, en el valle de Valendar (Alemania) y a una fecha: el 18 de octubre de 1914. Ese día en la antigua capillita de San Miguel, recién inaugurada, el Padre Kentenich sellaba una alianza de amor con la Santísima Virgen. La plática que diera en esa oportunidad a los jóvenes seminaristas, fue reconocida por él mismo, años más tarde, como el documento de fundación del Movimiento de Schoenstatt. Y su testimonio es decisivo.
Al comparar la historia del Santuario de Schoenstatt con la de otros lugares en los cuales también se ha manifestado la Virgen María, constatamos semejanzas y diferencias. Algo común a todos: Dios busca siempre instrumentos humanos a través de los cuales se acerca a los hombres.
En 1830 la Santísima Virgen se aparece, en París, a una joven novicia, Catalina Labouré y le transmite un mensaje, conocido más tarde como la ‘Medalla Milagrosa’.
En 1858, la Virgen María se aparece en la gruta de Lourdes a Bernardita Soubirous, una humilde pastora que es la única en recibir y transmitir el mensaje de la Señora.
En 1917 vuelve a aparecer la Santísima Virgen en Fátima, en una serie de manifestaciones que culmina con la famosa ‘danza del sol’ del 13 de octubre de aquel año, pero los únicos que escuchan el mensaje son los 3 pastorcitos.
En octubre de 1914 la Madre de Dios toma una nueva iniciativa en Schoenstatt (Alemania) y ahora el instrumento humano es un joven sacerdote de 29 años, el Padre José Kentenich. Hasta aquí las semejanzas.
Pero veamos también las diferencias. En París, en Lourdes o en Fátima, María se muestra en forma visible. En Schoenstatt, en cambio, no sucede así. Tanto más activa es, entonces, la acción del instrumento humano, al captar un plan de Dios guiado solamente por la fe práctica en la Divina Providencia.
Aquel 18 de octubre, el Padre Kentenich comunica a sus interlocutores una secreta idea predilecta, un pensamiento audaz, algo que venía rumiando hacía cierto tiempo: “¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María?”.
Tres meses antes, el 18 de julio, había llegado a sus manos un artículo escrito por el Padre Cipriano Frohlich, narrando la historia del Santuario de Pompeya (Italia). Había surgido, no como en otros lugares, por una aparición de la Virgen María. Dios eligió allí un instrumento humano para realizar sus planes: un abogado, Bartolo Longo (beatificado por Su Santidad Juan Pablo II). El paralelo era sugerente. Lo que había acontecido en Pompeya ¿no podría repetirse en Schoenstatt? Su propuesta fue realmente audaz. Pero, les decía a los jóvenes seminaristas: “¡cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande! ¿Por qué no podría suceder también lo mismo con nosotros?”.
Se trataba inducir a nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia. El Padre Kentenich no escuchó a hablar a la Virgen María. Intuye lo que Ella querría decir. Establece un paralelo con una hora decisiva en la historia de Santa Juana de Arco: “Se me figura que nuestra Señora, en estos momentos, en la antigua capilla de San Miguel, nos dirige estas palabras por boca del santo arcángel: No se preocupen por la realización de su deseo. Amo a los que me aman. Pruébenme primero por hechos que me aman realmente y que toman en serio su propósito. Ahora tienen para ello la mejor oportunidad”.
La historia de Schoenstatt, desde aquel día comprueba que aquellos anhelos se transformaron en hechos.
Su nombre
El hecho de llevar un nombre extranjero en alemán crea una primera dificultad. A veces se levantan voces preguntando si no sería posible traducir el nombre de ‘Schoenstatt’. Tales reacciones son comprensibles. Pero el nombre no se puede cambiar porque expresa un vínculo fundamental al lugar concreto, donde la Santísima Virgen ha querido manifestarse. Todo nombre tiene también su historia. Así el de ‘esta’ Virgen, cuyo título oficial es el de: “Madre, Reina y Vencedora tres veces Admirable de Schoenstatt”.
¿Cómo surgió el mismo?
Debemos retroceder hasta la fundación de Schoenstatt, a los años de la 1º Guerra Mundial. A través de la Congregación Mariana se introdujo en Schoenstatt el nombre de: “Madre tres veces Admirable”, ya que ella se inspiró en la famosa Congregación Mariana de Ingolstadt (donde María era venerada bajo la advocación: “Mater ter admirabilis”, Madre tres veces Admirable, título preferido por su santo inspirador, el Padre Rem, SJ). En aquella época circulaba entre los jóvenes congregantes una oración, compuesta por el Padre Kentenich, que comenzaba así: “Madre tres veces admirable, enséñanos a combatir como luchadores tuyos…”.
Más tarde se añadió al nombre oficial de la Virgen de Schoenstatt la palabra: ‘Reina’. Fue en tiempos de la lucha contra el Nacionalsocialismo. Como en todos los demás movimientos e instituciones católicas de Alemania, Schoenstatt fue perseguido por la dictadura nazi. Desde un plano puramente humano, fue una lucha muy desigual. El Padre Kentenich la comparó, en su momento, al enfrentamiento del pequeño David con el gigante Goliath.
La Familia de Schoenstatt, juntando fuerzas en sí misma, tomó conciencia de la consagración, de la alianza de amor que la unía a la Virgen María. Surgió entonces en sus filas una corriente de coronación, tanto en Schoenstatt, como más tarde entre los prisioneros schoenstattianos en el campo de concentración de Dachau. Aquí fue coronada como ‘Reina del campo de concentración’. Con este acto de piedad mariana, querían reconocer, ante María, su desvalimiento humano, pero al mismo tiempo, el poder real de la Santísima Virgen, expresando la total disponibilidad a su servicio. A su regreso del campo de concentración, el Padre Kentenich renovó solemnemente esta coronación en Schoenstatt, el 18 de octubre de 1946, proclamando a la Virgen María ‘Reina del Mundo’.
El título de ‘Vencedora’ es más reciente, y surge también de la historia de la Familia de Schoenstatt. Pocos años después de la liberación del campo de concentración, comenzaron para el Padre Kentenich y para Schoenstatt duras pruebas. Esta vez las dificultades fueron con la Iglesia, resultando para el Fundador un destierro de 14 años (1951-1965, la mayor parte de los cuales transcurrió en Milwaukee/USA, de 1952 a 1965). El mismo concluyó con su rehabilitación en Roma, durante el transcurso de la cuarta y última sesión del Concilio Vaticano II, por el Papa Pablo VI. Para Schoenstatt fueron tiempos muy duros. Por momentos no se vislumbraba, humanamente hablando, ninguna solución a los problemas planteados. En medio de muchas oscuridades, el Padre Kentenich mantuvo impertérrito una total confianza en la victoria final de la Santísima Virgen. Los acontecimientos del año 1965 (su ida a Roma y su rehabilitación, que culminaron con su regreso a Schoenstatt en la Nochebuena de ese año, tras 14 años de ausencia) produjeron un cambio decisivo en la situación.
En reconocimiento a la manifiesta acción que le cupo a la Virgen María en su liberación, el Padre Kentenich, a partir de un acto de coronación de la Santísima Virgen en Liebfrauenhohe (31 de mayo de 1966) quiso que, en adelante, al título de Madre y Reina de Schoenstatt se añadiese el de ‘Vencedora’.
Antes de concluir, valga una aclaración. Comenzamos explicando el nombre oficial de ‘esta’ Virgen. Qué responder a la pregunta: ¿Por qué hay tantas advocaciones diferentes de la Virgen María? ¿Qué significa esto? La respuesta es simple: No es que haya diversas vírgenes, por más que hablemos de la Virgen de Luján, la Virgen de Itatí, la Virgen del Valle, la Virgen de Fátima, la Virgen de Lourdes, de María Auxiliadora… o cualquier otra de las múltiples advocaciones o títulos existentes. Es cuestión de cambiar la preposición “de” por la preposición “en”, en cuyo caso se esclarece la cuestión. Existe una única y misma Virgen María, Madre de Dios y Madre de todos los hombres, que se ha manifestado (y manifiesta) en diversos lugares: en Luján; en Itatí; en Lourdes o como María Auxiliadora. Al hablar de la Virgen de Schoenstatt, queremos decir lo mismo: es la Virgen María que se ha manifestado en Schoenstatt.
El Santuario
Quien se acerca a Schoenstatt por primera vez, de inmediato se encuentra con la realidad de la Capillita del Santuario. Basta ser poco observador, para detectar allí algo central del Movimiento, más aún, en el corazón de Schoenstatt. ¿Por qué? Porque a partir del 18 de octubre de 1914, la Santísima Virgen María ha querido vincularse allí de modo particular. “De esa manera el Santuario de Schoenstatt se convierte en punto de enlace entre la tierra y el cielo: en lugar donde convergen la acción divina y la colaboración humana. Allí somos acogidos y desde allí somos enviados: allí vamos a pedir, pero también a ofrecer. Más que explicar el Santuario, se trata de conocerlo a partir de la propia experiencia”, dicen sus seguidores.
Al ingresar a cada réplica de ese santuario, puede verse lo siguiente en su interior: encima del Tabernáculo vemos la imagen de Nuestra Señora de Schoenstatt, con el Niño en brazos. María no aparece sola, sino con Cristo, su Hijo, indisolublemente unida a El. Vemos la Cruz, vemos el Tabernáculo. Las leyes de siempre: donde está María, se hace presente el Señor Jesús. Esto es una característica central del Schoenstatt: por ser un movimiento profundamente mariano, por eso mismo se centra tan profundamente en Cristo. Aquí tenemos las dos puntas claves de la Redención: la cruz de Cristo (o Cristo en la cruz) y la imagen de María; el gran don de Dios Padre a los hombres, y la criatura humana que responde plenamente a sus designios y a su plan de salvación.
Encima de la imagen de Nuestra Señora de Schoenstatt, un símbolo hace presente al Padre, a su Divina Providencia. Es el así llamado ‘ojo del Padre’. Los ojos de una persona, cuán decidores son. El ojo vigila, el ojo ausculta, el ojo penetra, el ojo transmite. La mirada del Padre es una mirada que protege, que cuida, pronta a ayudar y no a castigar. La mirada, los ojos del Padre son ojos de misericordia y de bondad. El símbolo del Padre nos habla del carácter fuertemente patrocéntrico de la espiritualidad. de Schoenstatt. Muy cerca de este símbolo, encontramos otro: una paloma que representa al Espíritu Santo. Son simplemente leyes del plan de Dios, leyes de la vida cristiana.
Otros símbolos: Debajo del cuadro central, se divisan las figuras de 2 apóstoles: San Pedro, con las llaves y San Pablo, con la espada en la mano. Ambos hacen presente a la Iglesia de Cristo; ambos, en cierto sentido, representan al Colegio de los Apóstoles. Ambos recuerdan el rol de María en el misterio de la Iglesia; María como modelo, y, a la vez, Madre de la Iglesia.
A la izquierda del altar, San Miguel Arcángel, venciendo al Dragón. San Miguel, a cuyo honor estaba dedicada la capillita antes del 18 de octubre de 1914, aparece como el gran luchador de la causa de Dios (Miguel significa: ¿quién como Dios?). El Dragón es símbolo del Maligno, del Demonio, del ‘poder de las tinieblas’. Este signo hace tomar renovada conciencia de que en la historia humana, también en la historia de cada individuo, existen fuerzas invisibles en lucha: por una parte, las divinas, y por la otra, las demoníacas. Realidades olvidadas hoy por muchos, o para las cuales millones de hombres no tienen más sensibilidad, porque su fe se ha debilitado o está muerta. La presencia del Dragón hace pensar en la misión que la Virgen María tiene en esta lucha, esbozada tanto en el Génesis como en el Libro del Apocalipsis. María, la Vencedora de la Serpiente; María, la Aplastadora de la Serpiente.
Vemos la estatua de San José. No podía faltar, en un Santuario mariano, la persona del Patrono Universal de la Iglesia, el esposo de la Virgen María. Y en el lado opuesto, una imagen de Vicente Palloti, precursor de la Acción Católica: santo canonizado por el Papa Juan XXIII el 20 de enero de 1963; inspirador y pionero del proyecto de una Confederación Apostólica Universal que Schoenstatt.
En el Santuario, punto de enlace entre la tierra y el cielo. Allí la Santísima Virgen María concede, de manera particular, las gracias de la peregrinación.
Las tres Gracias
En Schoenstatt se habla de tres gracias que recibe el peregrino que llega al Santuario, o de tres ‘gracias de la peregrinación’: el cobijamiento (o arraigo) espiritual; la transformación interior y el envío apostólico.
¿Cómo fueron descubiertas? ¿cuándo y quién lo definió así? La experiencia fue mostrando qué gracias especiales concedía la Virgen María desde su Santuario de Schoenstatt.
Cobijamiento espiritual: El drama de hoy no es la velocidad de la vida, las renovadas exigencias que nos plantea, las durezas de la lucha diaria. El drama verdadero es la falta de valores trascendentes, que le den anclamiento. El drama es el desarraigo espiritual, que genera incontables nómades espirituales, vagos, vagabundos. Es la falta de estabilidad y consistencia de los vínculos personales. De arraigo a lugares, a una tradición. En definitiva, la falta de cobijamiento en Dios.
El encuentro con la Virgen María en el Santuario, es, ante todo, el encuentro de un hijo, de una hija, con su Madre. Es la experiencia de ser acogido, aceptado, enaltecido. misericordioso de Dios Padre por nosotros, por todos y por cada uno. Esta realidad es la base de la misericordia con el prójimo, que en la vida práctica se expresa en actitudes muy concretas: paciencia, disposición a perdonar, esperanza siempre viva en la conversión del pecador, no juzgar, para no ser juzgados.
Ella, insuperable en su amor materno por sus hijos, como buena Madre, tiene predilección por los más débiles, los más necesitados, los más miserables. Ella nos enseña que el cobijamiento en Dios resulta de buscar en todo la voluntad de Dios y poniéndola en práctica.
Transformación interior: En la actualidad la Iglesia enfrenta no sólo el desafío del ateísmo militante, sino también el fenómeno del ateísmo práctico, que de una y mil maneras impregna la cultura y el medio ambiente en que vivimos y genera así un modo de pensar y de vivir en el cual, la vida cotidiana y Dios poco o nada tienen que ver. Un fenómeno vital exige como respuesta otra realidad vital. A la ausencia del Dios vivo en la existencia cotidiana de muchos, debemos responder con su presencia en nuestras vidas, en la vida de la Iglesia.
Toda auténtica vida cristiana debe caracterizarse por un continuo y permanente proceso de transformación interior. Consiste en despojarnos siempre más del hombre viejo, a fin de revestirnos del hombre nuevo, es decir, de Cristo. Es el hombre en quien vive y actúa el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Ro 5,5). Esa ley fundamental del amor debe impregnar toda nuestra vida personal y social. Así se irá construyendo, paso a paso, la “civilización del amor”, anunciada por Pablo VI. Presencia del Espíritu que impregna la vida de familia, la vida social, la vida de la Iglesia con amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí.
Envío apostólico: El gran testigo de Cristo ha sido la Virgen María, porque mientras vivió en este mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo a la obra del Salvador.
Con su oración humilde y ardiente, María imploró la venida del Espíritu sobre los apóstoles. Ella lo implora también para que venga a cada una de las personas a fin de ser transformados, siempre más, en Cristo su Hijo. A fin de ser auténticos discípulos de Cristo, es decir: hombre y mujeres llenos del Espíritu Santo, que viven y actúan como o instrumentos suyos en la tierra.
El mensaje
El Padre Kentenich se planteó la pregunta si existe un ‘mensaje de Schoenstatt’. La respuesta fue afirmativa. Luego de sus experiencias en Dachau, percibía en el mundo un vaciamiento, una creciente falta de alma: muchos hombres experimentaban el absurdo de la vida. Hay que ayudar a que el mundo selle una profunda Alianza con la Santísima Virgen, a fin de que la Alianza con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo se torne irreversible, profunda e indestructible. Dios ha sellado una alianza de amor con sus criaturas. “Nuestra tarea consiste en hacer que el mundo tome conciencia de esta alianza de amor. Lo hacemos en la medida en que incorporamos al mundo, nuevamente, a esta alianza de amor con la Santísima Virgen María”, afirmaba.
Este mensaje de la alianza de amor con la Santísima Virgen María tiene sus raíces en la fe práctica en la Divina Providencia, y debe expresarse, en la vida cotidiana, a través de una vigorosa conciencia de misión.
Oración
“Demuéstrenme con hechos que me aman, y me estableceré entre ustedes”
Oh, señora mía. Oh, madre mía
yo te ofrezco todo a tí.
y en prueba de mi filial afecto
te consagro en este día
mis ojos, mis oídos,
mi corazón, en una palabra
Todo mi ser
ya que soy todo tuyo
Oh madre de bondad
guárdame, cobíjame y
utilízame como instrumento
y posesión tuyo.
Amen
(*) Fuente: http://ggopar.tripod.com/schoenstatt/index.html
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Editor: Claudio Omar Antunovich
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