27 de Julio: San Pantaleón

Para muchos es el santo de la salud y los enfermos.  Su historia es fascinante.  Tuvo un trágico final.  En Mataderos (Capital Federal) está el Templo donde se lo venera.

“Hace 50 años nacía mi tercer hija, un 7 de noviembre de 1969.

Ella tuvo algunos problemas y a los 6 meses debimos operarla por una hernia de estómago. Al poco tiempo nos dimos cuenta que su desarrollo no era igual al del resto de nuestros hijos. 

Me preocupaba -por ejemplo- que no pueda lograr el equilibrio suficiente a la hora de dar sus primeros pasos en el corralito.  Me angustiaba pensar que tal vez no pueda caminar.

En esos días, sorpresivamente, un cura que venía de una iglesia de Tigre tocó el timbre de mi casa, y me dijo que estaba recorriendo la zona dando a conocer a San Pantaleón.  Me habló de él, me dejó una estampita con la imagen, la historia del santo y una oración; y me solicitó una colaboración en ropa o alimentos para la iglesia.

Quedamos en que iba a pasar en unos días, mientras  yo le prepararía ésto más un botiquín médico. Cosa que hice, pero nunca volvió.

Me llamó la atención que al retirarse el cura siguió su camino y solo tocó el timbre de mi casa. ¿Parece que hubiese venido solo por mí? …

Me atrapó la historia de Pantaleón (que en vida era médico), y le recé día y noche con mucha Fe.

Al año y siete meses, mi hija dio sus primeros pasos justamente un 27 de julio de 1971, día de San Pantaleón.

Veinticinco años después, ella tuvo un accidente donde se quemó las piernas.  Estuvo un tiempo sin poder caminar, y volví a rezar con mucha Fé.  ¡Y otra vez caminó un día 27! …”  -testimonió una vecina llamada Nélida, devota de este santo, y quien motivó la elaboración de esta nota-.

La historia dice que el médico Pantaleón nació en Nicomedia (Asia Menor, Turquía) en el 282 después de Cristo.

Fue hijo de un senador pagano y de madre profundamente cristiana, que le inculcó con el sacerdote Hermolao los principios de la Fe en Cristo.

Comprendió que hay que confiar -cuando se trata de la cura de un enfermo- mucho más en la voluntad de Dios que en el saber de la ciencia humana, de la que -aunque joven- era un eximio representante.

Encontrándose cierto día con un niño, que acababa de fallecer a raíz de la mordedura de una víbora venenosa, su delicadeza de joven y de médico conmovió las fibras de su corazón e invocando el nombre de Jesús pidió la cura o resurrección de la criatura y la muerte del ofidio, que allí se encontraba. Asombroso suceso que llegó a concretarse.

Ante este primer milagro efectuado en su presencia, después de atestiguar en su carácter de médico que la criatura se encontraba bien, acudió al sacerdote Hermolao para que le administrara el bautismo.

Tiempo después, con la invocación del nombre de Cristo devolvió la vista a un ciego, y con este milagro consiguió la conversión de su padre.

Estas y otras curas milagrosas causaron la envidia de sus colegas que lo acusaron ante el Emperador.

Llevado preso, con el fin de que abjurara de su Fe, la gente le hizo un sin número de promesas porque no querían perder un médico tan erudito.  Observando las autoridades la reacción de la gente a favor de Pantaleón, lo sometieron a atroces tormentos de flagelación quemando luego las llagas con hierros y tizones encendidos.

Viendo los torturadores que este martirio intensificaba la conversión de los presentes, decidieron poner fin a la vida del milagroso Pantaleón introduciéndolo en una caldera con plomo derretido, hecho que en vez de causar su muerte fue como un bálsamo que curó todas sus heridas y quemaduras.

Otros muchos tormentos padeció Pantaleón, a los que superó por gracia de Dios.

Como último prodigio de su vida mortal y esperanza para la Iglesia perseguida, el Señor ante el contacto de la sangre con la tierra, hizo reverdecer y llenar de hojas y frutos el tronco de un olivo que estaba seco hacía varios años, al cual estaba atado Pantaleón, quien de inmediato fue decapitado.

La frondosidad del árbol florecido y la muerte de tan querido médico, protegido en forma ostensible de Dios, produjo la exacerbación del pueblo que quería tener y tocar algo de un hombre tan prodigioso, abalanzándose sobre los verdugos y el cuerpo del mártir, empapando sus pañuelos en esa milagrosa sangre de la que una mujer logró recoger en un recipiente, conservándola con amor y veneración en su casa, en la misma forma en que nosotros conservamos los efectos de nuestros familiares cuando éstos fallecen.

Al año, con esta mujer se reunieron varios cristianos amigos de Pantaleón, junto a la sangre del mártir, observando que la sangre seca todo el año se encontraba líquida, como cuando recién la había recogido.

Milagro que estos cristianos no necesitan atestiguar, ya que desde entonces todos los años se repite en las iglesias donde se conserva parte de esa milagrosa sangre a la veneración de los fieles.

Curiosamente, el hecho se produce justo en fecha cercana al 27 de julio, aniversario de su fallecimiento.

 

* En Buenos Aires, el Santuario de San Pantaleón queda en Monte 6.865 (entre Av. del Trabajo y Tellier), Capital Federal.

Allí encontrará su imagen, y alrededor de la misma, cientos de pedidos y agradecimientos de sus fieles.

 

 

¿Cómo orarle?

“Te suplicamos ¡oh  Dios Omnipotente! nos concedas por la intercesión del siempre milagroso médico Pantaleón, que Tú usaste como señal de paz para Tu Iglesia, al hacer brotar llena de hojas y frutos la planta seca de oliva donde lo torturaron, la paz para nuestra conciencia, la de nuestras familias, nuestra Patria y el mundo entero.

Y por esa Gloriosa Sangre que año a año se licua en secular milagro, me concedas la gracia (pídase la gracia particular) que yo de mi parte prometo visitarlo en su Iglesia y ofrecerle un generoso óbalo. 

¡Así sea!”

Dicha esta oración, rezar un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.