Maricel Luján Ramírez, el recuerdo de la princesa más linda de Olivos
Desde bebé, Maricel lucía como una típica niña de publicidad. Sus ojos claros eran profundos y una de sus dotes más destacadas. Su luz se apagó hace 50 años.
Corría el año 1966. Vivíamos en Olivos y éramos muy pero muy chicos en ese entonces. Maricel tenía 5 años y yo apenas 4.
Su mamá (Angela) solía hacer compras en los mismos comercios que la mía (Antonia), algunos de ellos sitos en Caseros al 3600/700 -la calle donde vivíamos ambos- como: el almacén de Manolo, la Farmacia Galli, la verdulería de ‘el Viejito’… Pero también coincidían en la librería ‘La Cotona’ (San Lorenzo y Caseros), el almacén de Don Gerardo (José Ingenieros y Avellaneda) o el kiosco de Doña Lola, que estaba enfrente. Por eso, era muy común que las dos compartieran el mismo derrotero en la rutina diaria.
No eran amigas pero había muy buena sintonía entre ellas. Era habitual que al encontrarse se detengan unos minutos para conversar de temas cotidianos. Mi madre me llevaba siempre y Maricel acompañaba a la suya incondicionalmente.
Como dije, éramos muy chicos y no había mucho por decir y conversar entre los más pequeños. Ella y yo solo nos mirábamos o cruzábamos algún débil gesto mientras nuestras madres se ponían al día con sus cosas.
Era una situación diaria y esperada por mí, ya que realmente Maricel era impactante, de una belleza única. Lucía siempre un cabello largo y precioso, y ojos claros muy penetrantes. Una típica niña de publicidad. Una especie de Brooke Shield de nuestros pagos. ¡Y con eso lo digo todo!
Siempre de punta en blanco, la vestían como a una princesa. Y a menudo, aparecía con una vincha color blanco haciendo juego con su vestido.
Al poco tiempo nos mudamos, pero sobre la misma calle y a 200 metros de donde estábamos. Por eso, pasaron los años y nos seguimos cruzando. Debo confesar que cada vez que salía a la vereda esperaba el momento del encuentro y la oportunidad de verla.
En épocas de Colegio, recuerdo una de las últimas veces que la vi. A la salida del mismo, Maricel correteaba por la ancha acera del establecimiento, ella adelante de todas cantando a viva voz y sus compañeras atrás, siguiéndola.
No hay mucho más para decir, la vida fue muy ingrata con Maricel. Siendo muy niña aún, con 9 añitos, fue atropellada por un camión cuyo chofer hizo una maniobra imprudente y se subió a la vereda, mientras ella aguardaba al colectivo 19. Ocurrió hace 50 años frente a la Escuela Primaria Nº 15, en la esquina de San Lorenzo y Avellaneda (Olivos), y su vida se apagó para siempre.
No solo fue un golpe muy duro para su familia sino para todos sus conocidos. Un coletazo muy fuerte para el barrio que jamás la olvidó.
Y también para mí, que tuve que entender a una edad muy prematura que a alguien importante ya no la vería nunca más.
* Su vecina Nancy Marina Antunovich escribió unas líneas al respecto: “Todas las tardes pasaba con su bicicleta a rueditas y su rubia mamá a su lado, ensayando nuevos pasitos para dominar el vehículo. Sus ojos eran de un azul tan profundo que conmovían de belleza. Su cabello negro y ligeramente ondeado caía con soltura en su diminuta cintura.
Los chicos de la cuadra la veíamos pasar y esperábamos que nuestras mamis empezaran a conversar.
Maricel: hermosa como el sol de primavera, un imprudente chofer de gaseosas te arrancó de los brazos de tu madre, allí, justo en la esquina que por años esperábamos un semáforo ya que era un cruce importante de niños escolares y colectivos apresurados.
Maricel: hermosa como luna de abril, durante muchísimos años -hasta bien entrada mi adolescencia- acompañaste mis pensamientos desde esa tórrida tarde de febrero en la que yo contaba 9 añitos.
Maricel: una noche apareciste en mis sueños, estabas increíblemente bella con tus ojazos color del cielo y tu pelo en la cintura, y me dijiste: ‘quedate tranquila, yo estoy bien, muy bien. No te preocupes más por mí’
Maricel: siempre voy a pensar en vos”.
* Su amiga Alejandra Seva, así la recordó: “Hija única, muy bonita, mimada y protegida, tenía todo.
Yo le llevaba dos años, vivía a pocos metros de su casa, y en mi hogar estaban todos impactados con la belleza de Maricel. Era muy alabada y eso me inhibía un poco.
Su hermosura era sobresaliente: cabello oscuro, piel blanca, ojos muy claros… una niña que tenía un amor inconmensurable de parte de sus padres.
Recuerdo que ella era muy chica (8 años) y ya se pintaba las pestañas con rimel. ¡Tenía una personalidad arrolladora!
Andaba en bici por la manzana y la madre no la dejaba bajar la calle, por eso, con tanto cuidado, parece increíble el final que tuvo.
Jugábamos en mi terraza a los títeres. E incluso llegamos a ir con su mamá al cine a ver una película de Sandro.
Ese año 1970 fue muy fuerte para mí. Falleció mi abuelo -el único que conocí-, y luego mi amiga Maricel.
Años después, al estar parada en el mismo lugar de su trágico accidente, eso me motivó a escribir un poema en su memoria, que es el siguiente:
‘Algo me heló esta mañana.
Era un semáforo.
Eran cuatro semáforos,
apostados tétricamente
en las cuatro ochavas.
En una, el colegio.
En esa mil niños,
que saltan, que corren,
que cruzan las calles
con la ingenuidad
y el azucar
con que hacen sus travesuras
con la torpeza de la inocencia
que pretende alzar las alas
ante los robots metálicos
que abundan en esas calles,
siempre acechantes, de la ciudad.
Y me dije, con mucha bronca:
‘Tuvo que morir Maricel para ésto
… y cuántos inocentes…’.
O cualesquiera que hayan sido
las víctimas entre las cuatro ochavas
¿después de cuántos años de accidentes
se han decidido a hacerlo…?
Ella murió hace muchos años
teniendo nueve
y unos inmensos ojos celestes,
y cabello moreno,
y aún las alas de ángel,
que llevó consigo de vuelta
a su mundo cielo.
Recordándola…
…Llorándola’”.
* Maricel era hija de Lisandro Luján Ramírez, un afamado martillero público de reconocida trayectoria en la zona y dirigente radical, quien acaba de ser nombrado ‘Miembro permanente honorario de plenario Comité UCR de Vicente López’.
* Lamentablemente no se pudo conseguir una fotografía del ella con mayor edad.
* Esta evocación va dedicada especialmente a todos sus familiares, amigos y vecinos, como: Gustavo Seva y su hermana Alejandra; Silvia y Cristina Portorrico; Claudio y Fabián Carabán; los legendarios Maeni y Leandro Carabán; Carlitos (‘Huevo’) y su hermana Nancy; Raúl Lisa; Marta Farha; Antonia Nélida Mennuti; José María Moreno; ‘Pinko’; ‘Wallo’; Jorge Bisaccio; Jorge ‘El Colorado’; Gilda; Rossana; Gianfranco; Luis y José María Urbistondo; Jorge Villapún; Nancy Marina Antunovich; Gustavo Suárez… y todos los ex compañeros que tuvo en el Colegio al que asistió.
Claudio Omar Antunovich
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