4 de octubre: San Francisco de Asís
San Francisco de Asís predicó la pobreza como un valor y propuso un modo de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios.
Fue el padre espiritual de Fernando Buillón (quien una vez incorporado a su orden, fue bautizado Antonio. Aquel que gran parte de su obra la realizó en Padua, Italia, y hoy por hoy es uno de los santos más populares: San Antonio).
Su nombre real era Juan Bernardone. Nació en Asís en el año 1182. Hijo de Monna Pica y de Pedro de Bernardone, un rico mercader.
Una leyenda afirma que Monna Pica da a luz su primogénito en un establo próximo a la casa, siguiendo las indicaciones de un misterioso peregrino que golpea a su puerta antes del parto. La leyenda tal vez nació para convalidar un paralelismo entre la vida de Jesucristo y de Francisco.
Al regreso de un viaje de negocios en tierra francesa, su padre cambia el nombre de pila de su hijo por Francisco para recordar la tierra que le ha dado riqueza.
De joven, siempre estaba provisto de dinero. Era inteligente, de carácter abierto, vanidoso, vestido con hábitos preciosos y generoso.
Siempre primero en las fiestas, en los concursos poéticos y en las manifestaciones juveniles propias de su época.
Francisco, era para todo su pueblo objeto de maravillas.
Sobresalió en el arte de las armas, fue un valiente caballero durante la guerra entre Asís y Perugia (en 1202, cuando tenía 20 años), donde defendió los derechos imperiales de Constanza (la viuda de Enrique IV).
Tras este lance, donde fue apresado un año por el enemigo, insatisfecho con el tipo de vida que llevaba decidió entregarse al apostolado y servir a los pobres.
Decía que sentía una voz nítida y clara que en sueños le ordenaba este cambio.
Este no era precisamente el sueño de su padre, quien no lo entiende y por eso lo encarcela y encadena. Pero su madre lo deja libre.
En 1206 renunció públicamente a los bienes paternos y vivió a partir de entonces como un ermitaño, dedicado a la plegaria.
Su vida sufrió un cambio impensado. Ahora, dedicaba tiempo en observar con atención la belleza del campo que se le extendía alrededor, la amenidad de las viñas y todo lo que es delicia de los ojos.
Se admiraba de su nueva vida y consideraba necios todos aquellos que tienen el corazón atado a los bienes materiales.
Francisco predicó la pobreza como un valor y propuso un modo de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios.
Cuenta la leyenda, que en una ocasión va en peregrinación a Roma y al ver que los peregrinos tiran pocas monedas como limosna delante de la tumba del apóstol, se maravilla por la avaricia y en un impulso de generosidad que le es propio tira su dinero, sin dejarse nada para el regreso a Asís. Luego cambia sus hábitos principescos por los de un mendigo y ocupando su posta extiende la mano para recibir limosnas; es un gesto de amor por el pobre y de consciente humillación personal.
En otra ocasión, un día a los pies de un crucifijo oraba con intenso fervor y el alma se le colmaba de alegría. Después llevó los ojos lagrimosos hacia el alto y se sintió golpear los oídos por una voz misteriosa. Aquella voz descendía de los labios de Jesús Crucificado y se dirigía a él. Tres veces le dijo: “Francisco, reconstruye mi casa, que, como veis, va en ruinas”.
Lo tomó como una orden simbólica que reviste a Francisco de una altísima misión: la de restaurar los principios divinos de la Iglesia de Cristo, minada de herejía, de malas costumbres y de simonía.
Con el fin de procurarse el dinero necesario para restaurar la iglesia, retira del almacén paterno rollos de telas preciosas, va a Foligno y los vende junto a su caballo.
El dinero así recogido lo da al capellán de la Iglesia para que provea a los trabajos; pero éste lo rechaza porque cree que no es legítimo y porque teme las iras del padre, Pedro de Bernardone.
Pocos días después, en efecto, Francisco viene llamado a juicio por el padre delante al Obispo Guido. Allí Francisco se quita los vestidos y los restituye al padre. Fue en ese momento cuando renuncia a la herencia de los bienes y exclama: “Oídme todos, hasta ahora he reconocido como mi padre a Pedro de Bernardone, pero de ahora en adelante repetiré con más fe: Padre nuestro que estás en los cielos…”.
Los habitantes de Asís no podían aceptar el cambio de Francisco. Por eso, cuando pasaba por las calles de la ciudad todos lo llaman: “estúpido y loco”, le arrojaban piedras y barro. Francisco no se enoja, acepta el insulto con alegría, agradeciendo al Señor por esas pruebas. Bendice al perseguidor y lo perdona.
Predica en las plazas y delante de las iglesias: la penitencia, el reino de Dios y la paz. Sus conciudadanos se avecinan primero con curiosidad y difidencia, luego acuden siempre más numerosos, nobles y plebeyos, clérigos y laicos. Lo escuchan con admiración tomando su ejemplo.
Entre otras cosas, acude al hospital de los leprosos. Lava sus cuerpos, cura sus llagas, los abraza y los consuela. Enciende en sus almas la esperanza de curar.
El Papa Inocencio III aprobó su modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono. Con el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden religiosa, la de los Franciscanos. Además, con la colaboración de Santa Clara, fundó la rama femenina.
Junto a quien luego fuera Santo Domingo, merced a las Ordenes de ambos, se lograron importantes cambios en la Iglesia tras el ‘IV Concilio de Letrán’.
La dirección de la Orden Franciscana no tardó en pasar a los miembros más prácticos, como el cardenal Ugolino (que luego fue Papa) y el hermano Elías, y así él pudo dedicarse a la vida contemplativa.
Durante este retiro, Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su propio cuerpo), según testimonio de él mismo. Y compuso el poema Cántico de las criaturas o Cántico del hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía mística española posterior.
El sábado 3 de octubre de 1226, después del atardecer, Francisco espera la llegada de la muerte.
Y en la mañana del domingo 4 de octubre un cortejo triunfal deposita sus excequias en lo que luego fue la iglesia de Santa Clara de Asís.
Francisco de Asís fue canonizado dos años después de su muerte, el 15 de julio de 1226.
¿Cómo Orarle?
“Beatísimo Padre, aunque indigno por muchos conceptos, yo tengo la dicha de ser hijo vuestro; miradme como a tal, y no ceséis de interceder por mi ante la divina Misericordia; alcanzadme el perdón de todos mis pecados; la gracia de vivir pobre de espíritu, casto y mortificado, practicando todos los días de mi vida, a ejemplo vuestro, la santa humildad, para honrar con estas virtudes a nuestro divino salvador, a su santísima Madre y a vos, mi seráfico Padre, a fin de merecer la dicha de reinar eternamente con Vos en el cielo.
Así sea”.