Conocé en esta nota la historia de Ceferino Namuncurá

Ceferino Namuncurá nació en la localidad de Chimpay, situada en pleno corazón del Valle Medio del Río Negro, el 26 de agosto de 1886, hace exactamente 138 años.

Era hijo del cacique indígena Manuel Namuncurá (heredero de Calfucurá, el legendario jefe mapuche que resistió largamente a los blancos en su avanzada hacia las tierras del sur) y de una cautiva, Rosario Burgos.

En la navidad de 1888 es bautizado por el Padre Domingo Milanesio y su acta de Bautismo se encuentra en la Parroquia de Patagones, a cuya jurisdicción pertenecía todo Río Negro.

En realidad, los misioneros pasan raramente por Chimpay, de modo que podemos presumir que Ceferino se nutre de la religión mapuche durante sus primeros años.

Sabemos que se manifiesta como un hijo cariñoso y fiel, capaz de ayudar a sus padres desde muy pequeño (acarrea leña desde el amanecer para ahorrar ese trabajo a su madre).

A los tres años cae accidentalmente en el río y es arrastrado violentamente por la corriente; progresivamente es devuelto a tierra cuando sus padres desesperaban de volverlo a ver.

A los 11 años, viendo como el pueblo Mapuche va siendo arrinconado en la miseria, decide ir a Buenos Aires: “a estudiar para hacer bien a mi raza” (como solía decir), como alumno del Colegio Salesiano Pío IX. Allí descubrió su vocación: quería ser sacerdote para llevar a la gente de su raza el mensaje del Evangelio.

En febrero de 1903 entró al aspirantado salesiano en el Colegio San Francisco de Sales en Viedma. Allí su salud, minada desde unos años antes por la tuberculosis (la enfermedad contra la cual la raza mapuche no tenía defensas), se resintió en forma extrema.

Monseñor Cagliero decidió llevarlo a estudiar a Roma, creyendo que el cambio de clima lo beneficiaría.

Una vez en Roma es recibido por el Papa Pío X frente al cual pronuncia un breve discurso. Su salud continuaba desmejorando y finalmente, al año de encontrarse en Roma, fallece. Era el 11 de mayo de 1905 y todavía no había cumplido los 19 años. Se dice que el Papa, entristecido, dijo: “Era una bella esperanza para las misiones de la Patagonia, pero ahora será su más válido protector”.

Años después sus restos fueron trasladados a la localidad de Pedro Luro, en la provincia de Buenos Aires.

En Chimpay, su lugar de nacimiento, se conmemoran muy especialmente las fechas de su muerte y nacimiento. Esta última, en particular, da lugar a toda una semana de festejos que culminan el domingo posterior al 26 de agosto con una tradicional procesión, que llega hasta el Monumento a Ceferino.

La vida del niño Ceferino transcurrió durante los años de la Campaña del Desierto, llevada a cabo por el General Roca para conquistar el inmenso territorio del sur argentino, hasta ese momento habitado casi exclusivamente por los indígenas.

Los salesianos, al contrario de lo que ocurría con otras corrientes dentro de la iglesia de esa época, no establecieron un sistema de dominio del indígena por la fuerza, obligándolos a trabajos forzados. Ellos consideraban que la mejor y única forma de lograr la integración de los indígenas al “nuevo mundo”, esto es el mundo de la civilización del conquistador, era a través de la educación. Su obra consistió fundamentalmente en el establecimiento de colegios, tradicionales en la Patagonia por su concepción tanto normativa como arquitectónica, destinados a formar a los niños y jóvenes en las diversas ramas del conocimiento y también en la instrucción religiosa, por supuesto. A estos colegios concurrían tanto los hijos de los blancos como los de los indígenas.

Así, los salesianos demostraban en la práctica que consideraban a los indios como sus hermanos, que tanto unos como otros debían recibir el mismo tratamiento, y que, también, tanto unos como otros podían llegar a ser santos. Ceferino fue la muestra de esto.

Ceferino es bien argentino, un hijo precioso de nuestras pampas, que vivió sólo dieciocho años, pero que nos ha dejado un ejemplo precioso de fortaleza en la adversidad, de alegría, de amor a Jesús y de generosidad fraterna.

 

Su Beatificación

 

En 1944 empezó el proceso para la Causa de Beatificación.
El 22 de junio de 1972 fue declarado venerable.
El 6 de julio de 2007 el Papa aprobó el decreto sobre el milagro de curación, atribuido a su intercesión.
La beatificación se llevó a cabo el 11 de noviembre de 2007, en Chimpay, su ciudad natal.

 

El traslado a su tierra

 

En agosto de 2009, cuando Ceferino volvía a su tierra natal, Celestino Namuncurá estaba llorando como un chico. Los rasgos de su cara, con el gesto casi siempre adusto y arrugas que son como tajos, no parecieran estar diseñados como para el llanto. Pero Celestino, el cacique mapuche de 76 años y sobrino directo de Ceferino, llora frente a la Escuela 43 Namuncurá. Y lloran todos. Su hijo Cirilo, campera de cuero de carpincho y uno de los encargados de organizar el operativo del traslado. Los fieles que se fueron sumando a la caravana desde Neuquén y Zapala. Y también los pobladores que vinieron a caballo desde los diferentes recovecos de la montaña. Lloran porque ahí está Ceferino, un día después de lo previsto, a las 2 de la tarde del día más importante de la historia del paraje San Ignacio.

Todos quieren verlo. En el asiento trasero de un Volkswagen Polo color blanco, con una bandera con la imagen de Ceferino sobre el capó, está la urna que contiene sus restos.

Es una caja transparente, de unos 40 centímetros de largo. Mientras los fieles le sacan fotos con sus cámaras y teléfonos celulares, de fondo los habitantes de la comunidad gritan al aire inmediatamente después de que uno de ellos hace sonar un trompetín. Hay abrazos y felicitaciones. “Estamos acá”, dice el cacique.
Celestino y Cirilo dan la orden de seguir, primero en mapuche y luego en español. La caravana lo sigue y la próxima parada será en el Kultrün, el monumento construido a unos diez kilómetros de la escuelita, en donde quedarán depositados los restos.
A la noche llovió y nevó, y eso hace que el barro pinte las botas negras de los mapuches. También pinta zapatillas, alpargatas y los zapatos de la gente. La policía de Neuquén ya no escolta al auto. Ahora va custodiado por 20 jinetes mapuches, que montan caballos con crines largas y pelaje tupido.
Al llegar al Kultrün, los jinetes apuran la marcha y dan vueltas alrededor del edificio octogonal. Luego apoyan los restos en un altar improvisado sobre dos ladrillos refractarios. Hay un balde de pintura, dos paquetes de yerba de un kilo y un montón de berro.

Se empieza a preparar una especie de mate gigante en el balde: tiran yerba y berro, y un Namuncurá revuelve la mezcla con un palo de madera. Después de un rato, la gente se lleva yerba y berro a sus casas, para su propio altar. Como Beatriz Román, de Zapala. Se lo prometió a su hijo Juan Ceferino.
Hasta ahora fue una ceremonia pública. Pero la intención de los Namuncurá siempre fue hacer una ceremonia íntima. Llega ese momento. Le piden a la gente que se aleje y se forman en fila, hacia el este, mirando la salida del sol. Los hombres están adelante, las mujeres detrás. Suena otra vez el trompetín y vuelven los gritos, primero del cacique y luego del resto. Las mujeres dicen una oración que se oye de fondo. Todos tienen en sus manos un vaso de telgopor con yerba y berro, que van tirando de a poco. Hasta que los vasos quedan vacíos. Sacuden las manos al aire y Celestino anuncia el final: “Viva Ceferino”, grita. Y “Viva”, le responden todos.

Agradece y anuncia una misa para el 23 de agosto, dos días antes del nacimiento de Ceferino y la inauguración definitiva del Kultrün para el 11 de noviembre, a dos años de la beatificación.
Dos horas después de la llegada a San Ignacio, los familiares llevan la urna al Kultrün. Y porque esta es la tarde más importante de sus vidas, todos vuelven a llorar.

Sus restos ahora descansan en el Santuario de María Auxiliadora en Fortín Mercedes, Pedro Luro (Provincia de Buenos Aires).

 

Oración

 

“Señor Jesús, te damos gracias por haber llamado a la vida y a la fe

al peñi Ceferino, hijo de los pueblos originarios de América del Sur.

Él, alimentándose con el Pan de Vida, supo responderte, con un corazón entero viviendo siempre como discípulo y misionero del Reino.

Él quiso ser útil a su gente, abrazando tu Evangelio y tomando cada día su cruz para seguirte en los humildes hechos de la vida cotidiana.

Te pedimos por su intercesión que te acuerdes de los que todavía peregrinamos en este mundo.

 

(pedimos en silencio las intenciones que cada uno trae en el corazón)

 

Que también nosotros podamos aprender de él:

su amor decidido a la familia y a la tierra, la entrega generosa y alegre a todos los hermanos, su espíritu de reconciliación y comunión.

Para que un día celebremos junto a él y todos los santos  la Pascua eterna del cielo. Amén”